sábado, 27 de febrero de 2010

De aquellos barros...

"Madrugá del Viernes Santo, noche grande de Sevilla". Así se han referido muchos autores a la que, en la práctica, resulta la jornada central de la Semana Santa, ésa que desde la medianoche del Jueves Santo y hasta bien entrado el mediodía del Viernes destapa el tarro de las esencias de una ciudad que vive despierta el mejor de sus sueños. Es la noche de la 'Madre y Maestra' (El Silencio), en la que Dios camina por las calles (Gran Poder), de la Esperanza (Macarena y Triana), de la sobriedad del Calvario, de la algarabía de Los Gitanos... pero también, de un tiempo a esta parte, es el momento en el que mejor se nota que algo está cambiando.

Este año se cumple una década de aquella Madrugá de 2000 en la que el pánico y las 'carreritas' acapararon el protagonismo que las hermandades nunca debieron perder. Diez años desde aquel caso al que sólo se le dedicó una muy superficial investigación y al que se le dió carpetazo con la excusa de que "sólo fue un ataque de histeria colectiva". Nadie, absolutamente nadie, tuvo interés alguno en explicar qué pasó durante aquella noche del 20 al 21 de abril entre las cinco y media, y las seis, cuando la gente echó a correr despavorida en distintos puntos a la vez. Sólo se creó un dispositivo especial, el CECOP, con el que se intentó silenciar cualquier reclamación y convencer de que se estaba haciendo algo.

Sin embargo, desde entonces, nada ha sido igual. Al principio, se notó un fuerte descenso de público durante la noche, ya que muchos decidieron salir con las primeras luces del día, quizás porque al amparo de la luna "todos los gatos son pardos". Incluso, con el paso de los años, se recuperó cierta normalidad, pero el clima ha seguido estando marcado por la inseguridad, por la sospecha de que lo más mínimo podría hacer saltar todo por los aires. Por ello, la Madrugá ha ido desprendiéndose  de parte de su magia por culpa del niñateo, ése que campa a sus anchas por las calles nada más caer el sol.

Cada año se ha repetido conatos de 'carreritas' que, por suerte, no llegaron nunca a más. Las peleas y las botellonas se han ido haciendo cada vez más presentes de lo que se antoja necesario en una madrugada cualquiera. Lo que antes era una noche de deleite para los sentidos, se ha convertido en toda una representación de calma tensa que el año pasado a punto estuvo de acabar en tragedia. Las escenas de pánico volvieron con las avalanchas en Reyes Católicos. Nazarenos que abandonaban las filas tras ser arrollados, lágrimas causadas por el miedo, no por la devoción; intranquilidad y rumores por doquier...

Tanto es así, que este año las hermandades de la Madrugá han solicitado más presencia policial para blindar la seguridad de sus cortejos y del público e, incluso, alguna como Los Gitanos ya ha planteado recorridos más cortos (45 minutos menos en la calle) que van en detrimento del lucimiento, pero en favor de la tranquilidad de sus hermanos. Y, entre tanto, desde las altas instancias siguen diciendo que no pasa nada. Mientras la normalidad pasa, muy a nuestro pesar, a ser pasto del recuerdo, quienes tienen que conservarla se escudan en 'parches' que resultan insuficientes y siguen calificando como 'hechos aislados' aquellos que comienzan a ser usuales Madrugá tras Madrugá.

Sevilla, por desgracia, ya no es la que sabe moverse en la bulla, ésa que podía estar tranquila ante cualquier aglomeración sabiendo que nada iba a pasar. Hoy, es el resultado del capricho de grupos de niñatos que hacen cuanto les viene en gana por las calles con total impunidad. Y es que hace una década vimos claro que la ciudad tenía una importante remesa de barro. Qué pena que quienes tenían que haberse encargado de arreglarlo lo único que hayan lavado hayan sido sus propias manos y puedan convertir la noche más bella de Sevilla en un auténtico lodozal.

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