viernes, 14 de septiembre de 2012

Una reflexión eucarística

Hoy, coincidiendo con la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, cerramos definitivamente el ciclo de procesiones eucarísticas en Sevilla. Será, como siempre, en el barrio de San Bernardo, con la luna como testigo y esa brisilla que delata que el calor, pese a que aún le queda un último arrechucho, comienza a batirse en retirada. Todo creando un escenario único, tan íntimo e irrepetible que se antoja casi imposible que pudiese tener lugar en otro lado o una fecha diferente.

O quizás no tanto, porque ¿sería posible que ocurriese lo mismo en el de la Catedral? Ya se hizo un intento a mediados de los setenta sin demasiado éxito, aunque los últimos acontecimientos revelan que la procesión necesita un cambio de rumbo para no perder adeptos (recuérdalo aquí). Además, teniendo en cuenta que en ocasiones la salida se celebra en fechas en las que el calor causa estragos, no estaría de más probar una vez más en un horario distinto, que sirviese para que hubiese más público y la espera entre paso y paso se hiciese mucho más llevadera.

Incluso, beneficiaría a los traslados posteriores, sobre todo al del Señor de la Cena, que no tendría que emprender el camino de vuelta a casa con el mercurio apretando de lo lindo. Eso sí, el problema estaría en el carácter laborable del día siguiente, aunque, con un poco de voluntad, ese escollo podría salvarse sin demasiados problemas. Por todo ello, la procesión de hoy, además de servirnos como medicina para seguir paliando la espera y regalarnos momentos cofrades de alto calado a cada paso, también debe ser vista como el punto de inicio hacia una reflexión que no estaría de más llevar a cabo.

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