La jornada de hoy trae bajo el brazo una importancia distinta a las demás, que va más allá de los actos que estén previstos, pues nos lleva a mirar hacia adelante en el tiempo. No en vano, llegamos al 24 de febrero, segundo domingo de Cuaresma y último de esta segunda hoja del calendario, día en el que los titulares de La Estrella regresarán a su capilla desde Santa Ana, pero en el que, por encima de todo eso, nuestra particular cuenta atrás llega a un punto capaz de despertar la sonrisa a cualquier cofrade que se precie, ya que nos encontramos a tan sólo un mes de reencontrarnos con un nuevo Domingo de Ramos.
Apenas cuatro semanas nos separan de ver cómo las Vísperas pasan a ser sólo un recuerdo, de esa mañana que sabe tan distinta a las demás y que, sin embargo, bebe más que ninguna de una tradición que se ha ido cuidando con el paso de los siglos. Ya no habrá más 24 por delante que el de esa jornada que comienza entre palmas y termina entre incienso y azahar, de estrenos y reencuentros, de bullas a primera hora y recogimiento cuando la luna se asoma a su balcón, de Borriquita, Jesús Despojado, La Paz, La Cena, La Hiniesta, San Roque, La Estrella, La Amargura y El Amor, aquella en la que no queremos ver más presencia del líquido elemento que la que se derrama por las mejillas de nuestros mayores presos de la emoción.
Estamos a un mes de la gloria, de balcones engalanados con damascos y auriculares por los que suenan las retransmisiones de El Llamador, de planes trazados sobre las hojas de un programa de mano, de que las aceras se conviertan en asientos improvisados, de niños correteando por la rampa del Salvador, de largas filas de nazarenos conquistando las calles del centro, de barrios que se convierten en liturgia hechos cofradía, de vivir como nunca lo de siempre, de atrapar la primavera entre nuestras manos... porque el cielo ya no queda tan lejos, que se encuentra a apenas cuatro semanas de nosotros, sevillanos.
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