lunes, 14 de abril de 2014

Y esto solo acaba de arrancar

Aún no hemos asimilado el espléndido Domingo de Ramos con el que ha comenzado oficialmente nuestra Semana Santa y nos encontramos con una nueva jornada cofrade por delante. Su nombre, Lunes Santo, y su punto de inicio viene con un marcado sabor a barrio. Concretamente, al Polígono de San Pablo, donde no pesará la paliza del día anterior para levantarse bien temprano, con todos los vecinos echados a la calle y dispuestos a arrimar el hombre en una estación de penitencia absolutamente maratoniana, la que protagonizarán el Señor Cautivo y Rescatado y la Virgen del Rosario, quienes cada vez cuentan con con un cortejo más numeroso a su lado. Seguro que muchos de ellos han caído presos del verde de sus miradas, el mismo que enamorará a muchísimos más a lo largo de esta larguísima jornada.

Como también lo hará otra hermandad de características similares pero mayor veteranía, Santa Genoveva. De hecho, solo hay que mirar las largas filas de mujeres que acompañan al Cautivo durante todo su recorrido, dejando claro que aunque físicamente deje por unas horas su barrio éste siempre estará a su vera. Porque puede que lo hubiesen abandonado sus discípulos, pero no su gente, ésa que también reparte su cariño con la Virgen de las Mercedes, Madre y Reina de sus corazones, que palpitarán al son que marquen el vaivén de las bambalinas de su palio.

Más tarde, Triana extenderá sus fronteras más clásicas hasta El Tardón, que se teñirá de blanco con la, según los datos, tercera cofradía con más nazarenos de toda Sevilla. Se trata de la de San Gonzalo, que año a año sigue arrancando ovaciones y elogios gracias al dilatado muestrario de arte costaleril que desgrana la cuadrilla del Señor del Soberano Poder ante Caifás. Tras Él, delicada y tímida, como ese azahar con el que algunos la asemejan, irá la Virgen de la Salud sin querer asumir más protagonismo que el estrictamente necesario, consciente de que cada primavera son más los que la descubren, preguntándose cómo ha podido pasar tanto tiempo desapercibida.

Entre tanto, la calle Santiago se convertirá a la vez en Getsemaní y Marisma. Lo primero, para asistir a una traición que tiene gran parte de culpa de esta fiesta, la que llevó a cabo Judas, que con un beso vendió al Señor de la Redención, que acepta su condena con valentía y sin ambages, con las manos tendidas y avanzando con la elegancia con la que solo saben andar los hombres que comanda Paco Reguera. Después, Almonte se hará paso de palio enmarcando a esa Virgen del Rocío de rasgos macarenos que dicen que Castillo Lastrucci talló hace más de medio siglo, aunque hay quienes defienden en su hermandad que solo la bajó del cielo.

Algo parecido hizo Álvarez Duarte siendo apenas un adolescente con la Virgen más niña de cuantas procesionan en Semana Santa, la que en la calle Dos de Mayo llaman Guadalupe y pertenece a Las Aguas. Una jovencita de tez morena por la que no pasan los años y que sigue encandilando a propios y extraños cada vez que recorre la distancia que separa su capilla de la Carrera Oficial. Y eso que por delante va el espectacular misterio de su Hijo de las Aguas, que acompañado por su Madre del Mayor Dolor asiste a cómo un ángel recoge con un cáliz la sangre y el agua que salen de su costado.

Mientras, desde la parroquia de San Andrés se vivirá un entierro. Será el que protagonice la hermandad de Santa Marta, que mostrará a propios y extraños cómo Ortega Brú imaginó que fue el traslado al sepulcro, ése en el que todos cuidan con el mayor mimo posible al Señor de la Caridad, capaz de hacer que brote bajo su dedo una rosa entre un manto de lirios morados. Una escena en la que no faltará gente para consolar el llanto de la Virgen de las Penas, ni tampoco curiosos que busquen y encuentren la presencia de Santa Marta.

Por su parte, la collación de San Vicente rezumará clasicismo. El que desprende desde su cruz de guía hasta el último monaguillo la hermandad de Las Penas. En su primer paso, una auténtica apoteósis de carey y plata, bordados y oro que enmarcan a ese Cristo de las Penas que, caído hacia su derecha, desafió hace siglos su concepción inicial y pasó del retablo a la calle para ser protagonista en la tarde del Lunes Santo. Después, ese sabor tan decimonónico que Juan Carrero supo imprimirle al palio de la Virgen de los Dolores, que, como Sevilla entera en estas fechas, no puede dejar de tener su atención también puesta en el cielo.

También tendrá aires de otro tiempo, de una Semana Santa sin la masificación actual y más íntima, la cofradía del pregonero, Franciso Berjano, la Vera+Cruz, con su tradicional despliegue de coloridas representaciones tras su Crucificado; ese Lignum Crucis adorado por unos y desconocido por otros, y ese característico paso de la Virgen de las Tristezas tan austero en cera y flores que a muchos llega a parecerle hasta descafeinado. Es el efecto que causa esta hermandad que no se pierde en artificios ni folclore, sino que lleva al extremo su lema, "coge tu cruz y sígueme", desvelando la esencia de esta fiesta que muchos, con el paso de los años, parecen haber olvidado entre brillos, música y bordados.

Y, finalmente, cuando la luna ya ocupe su palco celestial, será el momento de que se escape la mayor obra de arte que atesora la Plaza del Museo. La de esa corporación que vive, sin hacer ruido, un Año Jubilar y que, incluso, presidió el Vía Crucis del Consejo con su titular cristífero, el Señor de la Expiración, uno de los más antiguos de nuestra Semana Santa y que hoy volverá a hacernos contener la respiración presidiendo su imponente paso. Será solo el preludio a ese recital de simetría que es el palio de la Virgen de las Aguas, que será la que ponga el broche de oro a la jornada cuando el reloj delante que ya estamos viviendo en pleno Martes Santo. Porque todo pasa y todo llega, como demuestran estos días grandes que, pese a cumplir hoy su segunda etapa, no han hecho más que comenzar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario