martes, 20 de abril de 2010

En tierra extraña

Pues nada, ya estamos en Feria. Desde la medianoche vivimos la segunda entrega de las Fiestas de Primavera hispalenses, la que llenará de volantes, lunares y farolillos el Real de aquí al Domingo. Se abren, pues, seis días de sevillanas, cantes, bailes, rebujito y manzanilla en esa ciudad efímera que cada año vuelve a tener vida en abril en Los Remedios. En este sentido, resulta curioso como muchos, a pesar de sólo tener que cruzar el puente para arribar a la portada, al pisar el albero de sus calles y observar los telones de rayas de sus casetas nos sentimos como si hubiésemos llegado más lejos, como si nos encontrásemos en tierra extraña.

Y es que en esta Sevilla plagada de contrastes, somos unos cuantos los que somos incapaces de cambiar el chip, de conseguir que el ritmo de nuestros pasos lo marquen las sevillanas y no el sonido de las cornetas y los tambores. Porque habrá muchos que habrán desterrado ya el programa de mano para cambiarlo por una copa de fino, que tendrán como banda sonora un coro rociero en lugar de marchas de palio, que no tendrán reparo en mudarse de La Campana al interior de una caseta... pero también hay quienes esta semana sentimos una añoranza terrible al ver que el tiempo sigue su curso y que la Semana Santa, por si había alguna duda, quedó definitivamente atrás en este 2010.

Porque en el Real, como todos los años, habrá presencia de cofradías, sobre todo en las casetas, pero se trata de otro ambiente. Uno, que al que les escribe jamás le gustó. De hecho, no soy aficionado ni al cante ni al baile, por lo que mis visitas a la Feria se reducen a cumplir compromisos y la tradición de, al menos, mancharme los pies de albero. Soy de ésos a los que se les escapa una sonrisa al llegar paseando por las calles de Los Remedios y leer los rótulos de las calles Virgen del Valle o Virgen del Loreto, de los que incluso silban la marcha real al atravesar la portada. Alguien que se entretiene más viendo las imágenes enmarcadas en las casetas y reconociendo a qué hermandad pertenecen que observando el ambiente de las calles.

En definitiva, soy víctima fácil de la nostalgía, ésa que sé que me acompañará hasta que de nuevo entremos en la Cuaresma y que me hace pensar en que tal día como hoy, pero dentro de un año, lo más flamenco que habrá en Sevilla serán los sones de la Presentación al Pueblo de Dos Hermanas tras el Señor de la Salud de San Bernardo y los nazarenos de El Baratillo formando en La Maestranza. Y es que soy incapaz de acoplarme a otra fiesta que a ésa que huele a incienso y azahar, a la que llega de los barrios al centro y no se reduce sólo a un Real. Porque puede que cualquiera sea en esta ciudad capaz de repartir su cariño entre sus dos fiestas más importantes, pero yo no, ya que hace años le juré amor eterno a la Semana Santa y eso ni un millón de manos moviéndose al viento, ni litros y litros de fino y rebujito, ni un manto de farolillos y lunares lo podrá cambiar.

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