viernes, 2 de abril de 2010

La noche mágica de Sevilla

La Madrugá. No hay noche más grande ni más importante para Sevilla. A la luz de una luna que presume de verlo todo desde el mejor palco, no habrá cofrade que tenga sueño, porque el mejor de ellos pasea por las calles de la ciudad entre filas de nazarenos. De nuevo, la capital hispalense vivirá su particular vigilia al compás de saetas, cornetas y tambores, en una madrugada en la que hasta los vencejos enmudecerán cuando se pida silencio, en la que la alegría estallará por los cuatro costados al ver llegar a las hermandades de capa. Es la noche en la que cada rincón del centro desprende una magia especial, donde la única lluvia que se espera ver es la de los flashes que intentan captar para la posteridad cada momento, cada imagen, cada paso.

Los primeros se verán en la calle Resolana, justo a la medianoche. Entonces, Roma invadirá una basílica en la que se volverá a leer la Sentencia de un Cristo por el que los soldados del Imperio darían la vida. Algo que también harían por la Señora de Sevilla, ésa que recibe el nombre de Macarena y que no parará de recibir piropos, oraciones y lágrimas de emoción a cada paso. Y es que a la vera de San Gil, no sólo el mar de plumas blancas de una centuria de soldados juanmanuelinos recordarán el Cielo.

Un cielo del que bajará también el Gran Poder en la plaza de San Lorenzo, andando con paso firme rumbo a la Catedral. Irá por primera vez acompañado por nazarenas y arrancando saetas desde cada balcón frente al que pase, mientras en la lejanía, San Juan consolará de nuevo a una Virgen del Mayor Dolor y Traspaso que verá como su Hijo camina hacia la muerte en el Gólgota. Casi al mismo tiempo, la ciudad volverá a reencontrarse con la cofradía de los Nazarenos de Sevilla, la Madre y Maestra, El Silencio. Será desde San Antonio Abad, donde entre un mar de altos capirotes negros un Cristo abrazará la Cruz mientras, bajo un palio de crestería e inspiración veneciana, la Virgen de la Inmaculada Concepción embriagará a quien la vea de incienso y azahar. Todo ello sin articular ni una sóla palabra, acompañados sólo con coplas de música de capilla y el crujir de la madera.

Será también la noche grande de Triana, donde el vecino más antiguo de la calle Pureza clavará otra vez la rodilla en tierra mientras todo su barrio lo levanta. Delante de Él, un centurión romano marcará el camino hasta la otra orilla, la misma que recibirá entre vítores, aplausos y una lluvia de pétalos a la Virgen de la Esperanza. Por entonces, sonarán bulerías junto al Jardín del Valle para agasajar a un Señor de la Salud que arrancará por igual las oraciones a payos y Gitanos, como también lo hará una Virgen de las Angustias a la que paseará por Sevilla una cuadrilla que huele "a canela y clavo".

Y en la Magdalena, el paso más fotogénico de la Semana Santa, el del Cristo del Calvario, volverá a ofrecer a cada paso imágenes de siempre pero irrepetibles, que no habría cámara capaz de recoger en su mejor versión. Tras Él, llegará la gran desconocida de la Madrugá, una Virgen de la Presentación que, bajo un palio de cajón, llorará callada mientras la luna, poco a poco, se irá marchando. Entonces, el sol cogerá el relevo por los barrios, sin nazarenos de ruan negro pero entre mares de antifaces de terciopelo. Ya pasado el mediodía, cuando la marcha real anuncie la entrada del último palio, la ciudad se vestirá de nuevo de luto para asistir a una nueva tarde de Viernes Santo.

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