miércoles, 23 de junio de 2010

La otra mejilla

Decía Jesucristo en la Biblia que cuando uno recibe un ataque del prójimo lo que debe hacer, a modo de respuesta, es poner la otra mejilla. Éso mismo parece haber entendido el Juzgado de Sevilla en relación al agresor del Gran Poder, al que dejó en libertad con cargos en la mañana de ayer. En este sentido, tras oir su declaración, los fiscales, que le imputaban un delito contra el patrimonio, concluyeron que el acusado no se encuentra en plenitud de sus facultades mentales, por lo que dictó su traslado a la Unidad de Agudos de psiquiatría de un centro hospitalario de la ciudad a fin de que se le estudie y poder decidir sobre su internamiento.

Pero, por si había alguna duda sobre el estado de Luis C.O., que así se llama el individuo, todas quedaron despejadas al oír su respuesta a los periodistas, quienes a la salida del Juzgado le cuestionaron sobre por qué haía agredido al Señor de Sevilla. "Porque soy Jesucristo, a ver si os enterais; que eso sólo lo puede hacer Jesucristo", manifestó a voz en grito, dejando claro su convencimiento de que está por el bien y el mal y que no actuó por ideales políticos, como muchos llegaron a decir cuando saltó la noticia.

Así pues, hablamos, a falta de confirmación oficial, de un demente, alguien que no piensa ni siente como una persona normal, sino según le dicta una conciencia trastocada por motivos que, de momento, escapan a nuestro conocimiento. Es, por tanto, más allá de un conato de verdugo del Gran Poder, una víctima de la desgracia, digna de lástima. Sin embargo, es curioso que muchos devotos del Señor, de ésos que llevan por bandera su condición de cristiano y las ideas que defiende la religión digan que merece estar en la cárcel de manera preventiva, que debería ser condenado sin contemplaciones y que con decisiones como la tomada por el Juzgado se confirma que todo está podrido.

Qué paradójico. Aquellos que dicen ser seguidores de alguien que proclamaba que había que "amar al prójimo como a uno mismo", le desean lo peor a quien no es responsable de sus actos. Puede que sea porque desapareció de sus memorias la idea de poner la otra mejilla o que, simplemente, la sustituyeron por la ley del talión y las ansias de venganza. Pero, ¿pensará lo mismo su víctima, ésa que dio su vida para salvarnos a todos y abrirnos las puertas del paraíso? Que lástima que con el paso del tiempo se vayan diluyendo las enseñanzas del Maestro a quien decimos seguir y tomen fuerza otras que van por el camino contrario.

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