martes, 29 de junio de 2010

Y volvió a llorar San Pedro

Es una de las citas que nos marca a los cofrades que el verano ya se encuentra entre nosotros, uno de esos momentos singulares que, aún sin pasos en la calle, reafirman la simbiosis que existe entre Sevilla y todo aquello que recuerde a la Semana Santa. Porque anoche, cuando el reloj marcó la 'hora bruja', la Giralda volvió a sonar a cornetas y tambores, los de una banda de El Sol que volvió a interpretar, por vigesimoctavo año consecutivo, las Lagrimas de San Pedro.

Se trata de una partitura, que volvió a sonar hoy a primera hora de la mañana y al mediodía, que rinde homenaje al primer Papa del cristinanismo con motivo de su onomástica y que cuenta con más de 600 años de historia. No en vano, se interpretó por primera vez en 1403, cuando el infante Don Fernando regresó a la capital hispalense tras la conquista de Antequera. Entonces, la ciudad celebró su llegada con grandes luminarias y repiques de campanas, al modo de lo que acontecía durante la festividad de San Pedro. A partir de ahí, cada año se conmemoró la efeméride, hasta que en 1629 el Cabildo de la Catedral prohibió cualquier acto de esta índole salvo en la festividad del Apostol.

Así, desde ese momento, hasta 1839, la Giralda recibe cada 29 de junio entre fuegos artificiales y compases de clarín. Más tarde, la tradición vivió un paréntesis que duró hasta 1865, en la que resucitó para volver a quedar dormida en 1961. Sin embargo, en 1983, Antonio Burgos y Rogelio Gómez removieron Roma con Santiago para poder recuperar la magia de una noche tan especial. Así, pidieron al Cabildo que la banda del Sol pudiese interpretar Las Lágrimas de San Pedro desde la torre que fue alminar de la vieja mezquita hispalense. La respuesta fue afirmativa y, desde entonces, sus cornetas no faltan a su cita de cada verano.

De este modo, anoche, el Apostol volvió a llorar varias veces. Una, mirando hacia el Alcázar; otra, en dirección al Aljarafe; otra, con la vista puesta en la plaza de San Francisco, y, una última, hacia la plaza Virgen de los Reyes. Todas salidas de los clarines de seis músicos ataviados con un uniforme que recuerda al que llevaba en las grandes ocasiones el Regimiento de Caballería SaguntoVII, pero que no tienen más munición en las alforjas que unas notas musicales que después de más de 600 años mantienen viva una tradición que, de otra forma, sólo habría pasado a ser pasto del recuerdo.

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