viernes, 2 de julio de 2010

Siete siglos de devoción hispalense

Hoy, Sevilla rendirá honores a una de sus devociones más arraigadas: El Cristo de San Agustín. De hecho, a partir de las 20.30 horas, los miembros de la Corporación Municipal renovarán el Voto de Gratitud que tiene la ciudad con el Señor desde que, gracias a su mediación, se extinguiese la epidemia de peste que la asoló. Así, la parroquia de San Roque verá una vez más cómo la capital hispalense vuelve a postrarse a las plantas de un milagroso crucifijo cuya importancia no ha dejado de crecer durante más de siete siglos.

No en vano, los primeros datos que se tienen de la existencia de la talla datan de 1314, 26 años antes de que en Omnium Sanctorum naciese la 'Madre y Maestra'. Por aquellas fechas, el cronista Ortiz de Zúñiga ya se hacía eco de que éste se encontraba en un punto indeterminado entre el convento de San Agustín y la Orden Trinitaria. Tal era su importancia que una década antes de que se descubriese América, en 1482, el asistente de la ciudad, Diego de Merlo, ordenó, con la autorización de los Reyes Católicos, la construcción de un templete en honor al Cristo. Éste, se haría en marmol y con una reproducción de la talla, con el fin de servir para que sus devotos pudieran meditar ante él. 

Con el paso de los años, el cariño de la capital hispalense por el Señor de San Agustín fue creciendo, igual que la cantidad de milagros que se le iban atribuyendo. Sin embatgo, a pesar de ello no pudo evitar que la desamortización de 1810 le obligase a abandonar el convento agustino y cambiarlo por la parroquia de San Roque. A pesar de ello, volvería a su primitiva casa en múltiples ocasiones; muchas de ellas, motivadas por salidas extraordinarias con motivo de diversas rogativas públicas.

De igual modo, durante el siglo XIX se convirtió en un referente de la Semana Santa, procesionando tanto en solitario, como acompañado por María Magdalena (primero) o San Juan y la Virgen (después). Incluso, como ocurrió el Miércoles Santo de 1826, con una centuria romana tras Él. Pero su presencia en la Semana Mayor cambió en 1896, pasando a salir una vez por década y haciéndolo por última vez en 1926. Después, como otras muchas imágenes titulares de nuestras cofradías, se perdió en los incendios de 1936, siendo sustituida por la actual talla, obra de Sánchez Cid, en 1944. Desde entonces, la presencia pública del crucifijo disminuyó, integrándose dentro de la corporación de San Roque y saliendo sólo en 2002, cuando presidió el Vía Crucis de la Pía Unión en la Casa de Pilatos.

Sin embargo, Sevilla nunca lo ha olvidado y muchos devotos siguen teniéndole como el blanco de todas sus oraciones. No en vano, hace más de tres siglos y medio salvó a la ciudad de desaparecer a causa de la peste y eso, aunque pasen los años, la gente no lo olvida. Por ello, siempre habrá alguien que visite San Roque para orar a sus plantas, para pedir ayuda en momentos en los que nadie, salvo Él, es capaz de prestarla, en busca de un milagro más que jalone su prolífico currículum. Porque en la capital hispalense, hay devociones a las que para perpetuarse no les hace falta salir en Semana Santa.

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