domingo, 9 de enero de 2011

Azahar

La espera no entiende de estaciones ni fechas. De hecho, la primavera todavía queda demasiado lejos, pero ya se deja notar en algunos de nuestros naranjos. Porque, aunque parezca mentira, en sus copas hay hojas que ya tienen su túnica puesta, abandonando el tradicional verde de sus hojas para vestirse de blanco, pero no uno cualquiera, sino ese que despunta entre sus ramas con forma de flor y nombre propio. Porque en estos días, en pleno mes de enero, ya comienza a despuntar el azahar.

Lo hace casi por sorpresa, sin que nadie todavía lo espere, pero regalando su aroma a todo aquel que pase por su lado, haciéndose notar y señalando que, poco a poco, todo se va preparando. Porque la ciudad, como los cofrades, no puede ni quiere esperar, por lo que araña como puede segundos a una cuenta atrás que lleva tiempo en marcha y a la que cada vez le quedan menos granos en su reloj de arena. Por eso, en algunos árboles enero se convierte en marzo, entre gotas de lluvia y un termómetro que todavía no invita a la manga corta.

Así, como quien no quiere la cosa, la mitad de esa mezcla que perfuma la ciudad en los días grandes ya está comenzando a hacer acto de presencia, como queriendo invitar a la otra, el incienso, a que aparezca pronto en navetas y en las delanteras de los pasos. Porque son tantas las ganas y tanto el tiempo que llevamos esperando, que la ciudad, que todavía sigue sumida en su letargo va poquito a poco despertando, entre cultos e igualás, pero, sobre todo, en las flores de azahar que comienzan a poblar las copas de los naranjos.

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