lunes, 24 de enero de 2011

Un siglo del imaginero de la cárcel

La hermandad de Jesús Despojado está planteando desde el inicio este año 2011 de manera diferente. No en vano, la corporación de Molviedro celebra a lo largo de los próximos doce meses el primer centenario del nacimiento del autor de su titular cristífero, un Antonio Perea que, para muchos, será conocido para siempre como el imáginero de la cárcel, puesto que durante su estancia en ella, debido a la represión fascista de Queipo de Llano, talló al Señor del viejo Compás de la Laguna.

De hecho, fue condenado a 14 años, ocho meses y un día de prisión por un supuesto delito de confraternización con el bando repúblicano, ya que llevó agua a un grupo de ellos tras el golpe de estado de 1936 y fue denunciado por un simpatizante nacional. Así, parecía quebrarse el futuro de un chico emprendedor, que no dudó en trabajar como aprendiz en la fábrica de artillería, electricista o delineante para ganarse la vida. Sin embargo, precisamente por durante su pena se inició en el mundo de la imaginería, primero con una talla de la Virgen de los Dolores que sirvió de punto de partida para la actual hermandad, que, por entonces, era sólo una idea en la mente de varios vecinos de la collación de San Marcos.

Poco después, en 1939, se inspiraría en un compañero condenado a muerte para hacer su obra maestra, Jesús Despojado, la misma que sirvió de punto de partida para darse a conocer en Sevilla y comenzar a restar años a una condena que finalizó a mediados de la década de los cuarenta. Para entonces, su vida ya tenía un rumbo claro, el mundo de la escultura, en la que se dedicó en cuerpo y alma, con obras tan bellas como el Cristo Yacente de Aracena (Huelva) o el que del mismo tipo estaba haciendo para un panteón en el cementerio cuando la muerte le sorprendió el 25 de abril de 1998.

En ese momento, se puso fin a la historia de un artista desconocido para muchos, pero cuya vida es digna de hacer llegar a los demás. Justo lo que ahora intenta hacer la corporación del Domingo de Ramos, la misma que dio sus primeros pasos al compás de los golpes de su gubia que resonaban en los corredores de la vieja cárcel de la ciudad. Porque, no sólo de los Castillo Lastrucci, Ortega Bru, Buiza y compañía vive la imaginería del siglo XX, sino también de gente como Perea, que se encontró con la escultura en su camino casi por casualidad y la hizo suya para siempre, quizás porque era consciente de que debían pasar muchos años para que Sevilla lo conociera. Y al fin ha llegado el momento para ello.

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