viernes, 22 de abril de 2011

Se nos va

Las sensaciones nos dan la vuelta por completo. Hoy, el "qué poquito queda" que hace poco más de una semana nos hacía esbozar una sonrisa al pensar en lo que estaba a la vuelta de la esquina, casi llega a herirnos, al darnos cuenta que sólo nos restan dos hojas del programa de mano a las que darle uso. Como dijo Caro Romero "la vida es una semana" y la de este año comienza a agonizar, como los hace un Cachorro que nunca muere, al que Triana y Sevilla le prestan sin dudarlo hasta su último suspiro para poder enjugar así no sólo sus lágrimas, sino también las de su Virgen del Patrocinio.

Como también habrá llantos, y sin salir de Triana, en La O, donde se echará de menos a un Rafael Ariza que cambió el martillo por el palco del cielo, desde donde disfrutará de un cortejo de túnicas moradas de raso de un Nazareno que estrenará el dorado de su paso y de la tez morena de una Virgen de La O que tanto nos recuerda a una Hiniesta que vimos hace apenas cinco días en la calle y que ya nos parece que salió hace siglos. Mientras, en San Buenaventura podría cerrarse una página importante de la historia para la hermandad de La Soledad, que ya no aguanta más las negativas de los franciscanos a que no salga el Señor de la Salvación y podrían volver a salir del templo en unos meses aunque sin fecha ni horario de vuelta.

Estamos ante una tarde de cruces, las de las tres del misterio de La Carretería, donde el Señor de la Salud obrará otra vez el milagro de hacer salir toda una cofradía de una capilla minúscula. Por ello, no es de extrañar que la Virgen del Mayor Dolor mire al cielo, dando gracias por poder estar un año más por las calles de la ciudad, esa que se convierte en el Gólgota en La Magdalena, con un Cristo de la Conversión que no sólo perdona los pecados al Buen Ladrón, sino a cualquiera que lo pide a sus plantas. Detrás, y con todo el clasicismo propio de esta jornada de luto, llegará una Virgen de Montserrat que, pese a su advocación catalana, es más sevillana que cualquiera, como lo demuestra que no quiera perderse ni un sólo Viernes Santo.

Y en San Isidoro, Cristo cae por tercera y última vez, ante la atenta mirada de un cirineo sin el que no seríamos capaces de entender esta escena que, las cosas que tiene la Semana Santa, se desarrolla en el más absoluto de los silencios y sin ningún derroche de cornetería. Tanto es así, que sólo el sonido de las bambalinas de palio de la Virgen de Loreto será capaz de romper el mutismo de la tarde en el centro, ese en el que únicamente la voz se hace oración en forma de saeta desde un balcón. Porque hoy, Jesús ha muerto, como nos le recuerda el imponente paso de La Mortaja, que nos hará testigos de excepción de un duelo que toda la ciudad siente que le cala hasta los huesos, porque los días grandes ya se nos van alejando, se nos van perdiendo.

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