domingo, 17 de abril de 2011

Ya está aquí

Ha sido larguísimo el camino. Por momentos, casi eterno. Pero como no hay mal que cien años dure ni todo el que espera desespera, por fin llegamos al mejor domingo de cuantos lucen en Sevilla, ese que tiene denominación de origen y que luce en su DNI el apellido De Ramos para disipar cualquier tipo de duda. Porque hoy, entre palmas y estrenos, llegamos al estreno oficial de una nueva Semana Santa que, como siempre, se abrirá poco después del mediodía, cuando desde El Porvenir más de un millar de nazarenos blancos de capa partan rumbo al centro para acompañar al Señor de la Victoria y la Virgen de la Paz, en cuyas canastillas quedarán atrapado los primeros rayos de sol de una tarde que, una vez más, tendrá la magia de ser igual, pero también diferente.

Porque de nuevo rejuveneceremos y nos sentiremos como niños con zapatos nuevos junto a la rampa del Salvador, junto a una Borriquita que pondrá con el tintineo de sus campanillas y los sones del Sol banda sonora al corazón de una ciudad que contará los minutos para verla llegar a la Carrera Oficial y comprobar que un año más la primavera no falta a su tradicional cita. Como tampoco lo hará en Molviedro, entre los cambios de un misterio de Jesús Despojado que saldrá por última vez sin dorar por completo y que volverá a moverse entre los recuerdos de los xilófonos y gaitas de una agrupación de Virgen de los Reyes que, pese al cambio de nomenclatura, nunca dejó de ser suya. Detrás, la Virgen de los Dolores y Misericordia volverá a pasearse dialogando con San Juan, explicándole que no es que estén situados entre bambalinas al revés de lo establecido, sino que esperan que la ciudad se de cuenta de que le ceden un sitio junto a ellos para charlar en el palio.

Y en San Julián, no habrá más Buena Muerte que la que contempla a los pies de la cruz María Magdalena, ni más sevillanía entre varales que la que destila una Hiniesta que, como siempre, pasará tres veces ante nuestros ojos en el mismo palio. Una llorando y con la tez morena con la que la imaginó Castillo hasta en dos ocasiones, y otro par en la Gloria y en la calle central de la candelería con la efigie de esa talla que, hace casi seiscientos años, reivindicó en mitad de Cataluña que era de la Puerta de Córdoba. Cerca de allí, en Los Terceros, la calle Sol se convertirá en tabernáculo para asistir a la única Cena que tiene lugar a plena luz del día, callando poco después ante el paso del Señor de la Humildad y Paciencia, para disfrutar, apenas unos instantes más tarde, con el clasicismo del palio de la Virgen del Subterráneo.

Mientras, en la plaza de Carmen Benítez, la trompetería Macarena anunciará la llegada de un Señor de las Penas al que toda la ciudad se ofrecerá a servir de cirineo. Quizás por ello la mirada del que lo acompaña sobre el paso delate su tensión, aunque también puede pesar el hecho de no tener la opción de volver la cara hacia atrás y disfrutar de la visión en la calle de la Virgen de Gracia y Esperanza. Y en Triana, La Estrella emprenderá una vez más la conquista de la ciudad, con la avanzadilla de un misterio de las Penas que entrará en la otra orilla hispalense como está mandado, con el izquierdo por delante, mientras su Madre y Capitana lo verá todo desde lontananza, entre unas velas rizadas que le acompañarán a la Catedral por primera vez en mucho tiempo.

Al caer la tarde, el silencio se teñirá de blanco por centésima vez en San Juan de la Palma, sólo roto por los sones de las cornetas de las Tres Caídas que acompañan a un Desprecio de Herodes que sólo se explica porque el monarca judío no era de Sevilla, y los de un himno de nuestra Semana Santa, la marcha Amargura, que cobrará sentido al enmarcar la conversación entre la Virgen y San Juan más arraigada de cuantas procesionan por Sevilla. Será entonces cuando en el Salvador la algarabía de primera hora de la tarde deje paso al recogimiento y la solemnidad del Cristo del Amor, al que entre flashes y siseos no le dejarán de llover saetas, mientras que, detrás, la Virgen del Socorro se convertirá en el mejor epílogo posible para una jornada que parecía que nunca llegaría, pero que, por fortuna, ya está entre nosotros.

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