jueves, 9 de septiembre de 2010

El aroma de la gloria

Hay rincones de la ciudad que rezuman Semana Santa durante todo el año. Y al decir esto no nos queremos referir a las iglesias, casas hermandad o tertulias cofrades, que también, sino a puntos concretos en el callejero en el que siempre se respira un ambiente propio de los días grandes. Son ubicaciones fijas y a la vez efímeras, puesto que sólo pueden disfrutarse durante el día, aunque por la noche, aún queda un pequeño eco de ellas pendiendo de las hojas de los árboles. Son sitios en los que sin cruces ni imágenes, el insconsciente llega a jugarnos malas pasadas y hacernos pensar que tenemos un paso a escasos metros, cuando, por el contrario, lo único que hay es una mesa desmontable con varios pebeteros de barro sobre ella.

Nos estamos refiriendo, cómo no, a la esquina de Tetuán con General Polavieja, de la calle Córdoba o de la avenida de la Constitución con Almirantazgo, lugares en los que prácticamente los 365 días del año huele a incienso. Puntos que nos evocan a túnicas y capirotes aunque el termómetro marque cuarenta grados, capaces de hacernos esbozar un "ya queda menos" cuando en el calendario ni aparece la hoja de abril o marzo, que guardan toda su magia en un humo que sube contoneándose al cielo quizás porque en Sevilla no todos los días pueden salir pasos.

Pero gracias a esos puestos ambulantes, muchos somos capaces de retomar por las calles del centro un ambiente que echamos de menos el resto del año, de transportarnos a una gloria que dura tan poco y hay que esperar tanto. Y es que gracias a ellos, el corazón de la ciudad destila olor a cofradías, a rachear de alpargatas de esparto. Sin necesidad de fechas, ni de realidad virtual o artilugios varios. Porque la gloria cabe en un simple pebetero de barro y se diluye en volutas de humo que desaparecen mientras van volando. Y es que gracias a estos puestos huele a gloria en Sevilla mucho más que siete días al año.

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