martes, 21 de junio de 2011

El último milagro del Gran Poder

Parece mentira cómo pasa el tiempo. Y no sólo porque hoy vayamos a estrenar una nueva estación que lleva semanas haciéndose presente entre nosotros, el verano, sino porque ayer se cumplió un año de una fecha en la que el corazón se le paró a la ciudad en San Lorenzo. Allí, un demente atacó al Señor del Gran Poder tras finalizar la misa de las 20:30 horas, arrancándole de cuajo un brazo y sembrando el miedo en el cuerpo a Sevilla entera, que veía cómo uno de sus tesoros más preciados, el Hijo de Dios que Juan de Mesa supo sacar a la luz de un divino tronco de madera (recuérdalo aquí).

Hoy, cuando han transcurrido 366 días desde aquella noche que vivimos con el alma encogida y entre el temor a que apareciesen en escena viejos fantasmas, la normalidad vuelve a ser la nota dominante. Cierto es que la corporación elevó la altura de la mampara de cristal blindado que salvaguarda al Señor para impedir nuevos actos vandálicos y que, a partir de entonces otras hermandades siguieron el mismo ejemplo. Pero, salvo algún que otro conato de actos vandálicos que afortunadamente sólo se quedaron en una simple anécdota, nada parecido ha vuelto a suceder. En este sentido, puede que la petición de 11 meses de cárcel y una multa de más de 4.500 euros para el autor de los hechos por un atentado contra el patrimonio religioso, haya hecho recapacitar a más de un posible imitador, o que, simplemente, no haya tantos locos como se intuía. Sea como sea, ojalá que todo siga igual y situaciones así no se repitan.

Así, recordaremos aquella noche del 20 de junio de 2010 como aquella en la que perdimos la inocencia, en la que dejamos de pensar que nada corría peligro y que los ataques a las iglesias eran cuentos del pasado. Ahora, somos conscientes de que, aunque latente de momento, la amenaza existe y que con lo que había hasta ahora no era suficiente, algo de lo que por suerte se han dado cuenta las cofradías, que han puesto de su parte para evitar que cosas así se produzcan de nuevo. Quizás, ese ha sido el último milagro del Gran Poder, que como hizo ya en aquel año 33 decidió sufrir daño en sus carnes por el bien de los demás, para que, en este caso, el corazón de la ciudad lata a ritmo de ordinario y no al de una taquicardia que padecimos hace un año.

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