jueves, 16 de junio de 2011

Que no se mueva un varal

Desde hace meses, es conocida la intención del Arzobispado de tomar parte en la elección del pregonero, sobre todo para evitar casos como el de Antonio García Barbeito, quien insinuó públicamente su ateismo y tuvo que retractarse para evitar que el acto se suspendiese finalmente. En este sentido, parece que a expensas de que el Consejo apruebe definitivamente su nuevo reglamento de funcionamiento  interno, la idea es que antes de que se tome la decisión definitiva se presente a Palacio la terna de candidatos, a fin de que todos reciban el visto bueno y el máximo organismo cofradiero pueda pronunciarse con total libertad al respecto.

Sin embargo, esta propuesta está recibiendo muchas más críticas que apoyos. Incluso hay quienes como Fran López de Paz han llegado a vaticinar el final del Pregón dentro de pocos años si se lleva a la práctica. De hecho, y sin necesidad de llegar a ser tan apocalípticos, salta a la vista que esta dinámica haría que sólo se escuchase una cosmovisión de la Semana Santa, callando así prácticamente para siempre a otras voces y opciones, haciendo que precisamente aquellos que pudiesen verse identificados por ellas fueran perdiendo paulatinamente el interés por el acto. Esto, además, traería consigo la dificultad para encontrar oradores de calidad, lo que traería consigo la devaluación de las obras.

Pero, quizás lo más importante es tener en cuenta que las ideas de este Arzobispado sobre lo que debe ser la Semana Santa dista muchísimo de las que tiene la inmensa mayoría de la ciudad, por lo que se podría crear una disonancia entre el mensaje que se daría en el acto y el que Sevilla querría recibir. Ahí reside el mayor de los peligros, sobre todo porque desde que Asenjo accedió al cargo nunca ha tendido la mano a las cofradías para entenderse con ellas, sino que ha tirado de un 'ordena y mando' que chirría demasiado, incluso para los más conservadores. Por tanto, ¿sería conveniente darle más voz y voto en la elección del pregonero? Parece que no, máxime cuando en una sociedad democrática y en relación a una fiesta que definimos como abierta, se quiere recortar una libertad más que necesaria para que todo siga avanzando como lo ha hecho hasta ahora. Porque, de momento, la cosa no ha ido demasiado mal, lo que hace pensar que lo mejor es que, nunca mejor dicho, no se mueva un varal.

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