Vísperas entre marismas

Durante las próximas horas, una aldea hará las veces de improvisado Vaticano, siendo el centro universal de la religiosidad popular en una jornada en el que el mundo entero se viste de romero y se postra a rezar a la Reina de las marismas. Es la víspera de Pentecostés, de esa noche grande en la que mayor función principal de instituto sale del propio pueblo, al que, una vez más, no habrá valla ni reja que pueda contenerle en su intento de pasear a la Madre de Dios que por estas fechas tiene su casa en Almonte y responde al nombre de Rocío.

Se trata de una vigilia que comenzará a primera hora, casi con el alba despuntando y anunciando el nuevo día, con una misa de romeros que dejará todo preparado para que no quede más que verla a Ella. A partir de ahí, las horas pasarán lentas, como si al segundero le costase avanzar sin que las otras dos agujas se decidan a meterle prisa. Será el momento de encender velas por aquellos a los que la Señora debe echar urgentemente una mano o pedírselo de cerca asido a unos barrotes cuya fuerza no puede siquiera compararse a la de quien cuela sus oraciones entre ellos. Porque sólo quedará esperar a que llegue el momento.

De este modo, y salvando las distancias, los rocieros vivirán la recta final de su particular Cuaresma, esa que iniciaron al echar a andar hace apenas unos días y que tendrá su punto culminante cuando el día 12 empiece a calzarse los botos camperos del 13 y la Blanca Paloma esté fuera de su ermita. Hasta entonces, nervios, ilusión y ganas de que eche a correr el reloj. Las mismas sensaciones que nos recorren a los cofrades las entrañas cada año en marzo y abril. Y es que todo está inventado, aunque tenga nombres y escenarios diferentes. Porque hoy, como hace unos meses, habrá más ojos puestos en lo que está por venir que en lo que ya es.