jueves, 18 de marzo de 2010

No sin mi silla

Las discusiones sobre las sillas han marcado el inicio y el final de la Cuaresma. Al principio se habló, y mucho, de la reestructuración de la Carrera Oficial, que, según algunos, iba a hacer desaparecer hasta 1.200 localidades, lo que provocó las protestas y desconfianza de los abonados. Al final, una vez llevada a la práctica, fueron muchísimas menos, quizás porque, de fondo, aparece la posibilidad del traslado del inicio de la misma de La Campana a la Magdalena. En este sentido, hay quien incluso afirma que ésta podría ser la última Semana Santa en la que se llegara a la Catedral siguiendo el camino tradicional. El tiempo dirá si es así o no.

Ahora, cuando vemos ya los primeros capirotes a la vuelta de la esquina, son otras sillas las que adquieren protagonismo. En este caso no son de enea, ni están reservadas de antemano, pero en apenas unos años se han convertido en parte del paisaje de la bulla. Son las sillitas plegables. Ésas que según avanzó el Ayuntamiento en verano tenían los días contados en nuestra ciudad y que, a tenor de las últimas declaraciones de la delegada de Fiestas Mayores, Rosamar Prieto, serán más controladas que el año pasado, pero podrán seguir usándose. La única condición es que no estorben a las cofradías en su recorrido ni provoquen problemas de inseguridad. Del mismo modo, la policía será la encargada de decidir cuándo constituyen un elemento de riesgo y cuándo no.

Total, que la cosa sigue igual que el año pasado, salvo que ahora se le atribuye a los cuerpos de seguridad una competencia que, por lógica, siempre debieron tener. Parece que desde el Consistorio se ha entrado en razón y se ha dejado de demonizar un elemento que, 'per se', no provoca problema alguno. Son sus usuarios y la falta de educación de éstos los que originan trastornos. Porque, ¿pasaría algo si se actuara con civismo, dejando pasar a los demás, en lugar de hacerse dueño de la parcela que ocupa la silla? Pero claro, arreglar ésto supone tener que solventar otro problema endémico de esta sociedad,el de la educación, al que tampoco se le ha encontrado solución. Al menos ahora, con un uso tutelado de las sillitas, se intenta controlar que el beneficio de uno no sea el perjuicio de otro. Lo triste es que no se hayan dado cuenta hasta hace unos días que podían hacerlo así.

Pasa lo mismo que, salvando las distancias, con las sillas de la Carrera Oficial, ya que sí, un abonado tiene derecho a su silla porque paga por ella, pero, ¿es justo que porque la tenga pueda perjudicar la seguridad del resto? Aquí, sin embargo, el gran problema es que se le ha dado tanta 'manga ancha' a las empresas que explotan este aforo que han podido meter más localidades de la cuenta sin que nadie le dijese nada y que cuando han notado que ésto era contraproducente el daño ya estaba hecho. Y es que a ver quién es capaz de quitar su silla, ya sea oficial o plegable, a cualquiera si nunca se le ha dicho nada por tenerla y usarla. Tanto hacer la vista gorda tiene sus consecuencias y en estos casos se ven muy a las claras. Al menos existe el compromiso de quienes tienen que velar por el bien común de intentar arreglarlo. Esperemos que no sea demasiado tarde.

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