viernes, 24 de diciembre de 2010

Recuerdos de otra Nochebuena

Como dice el villancico: "esta noche es Nochebuena y mañana Navidad". Hemos llegado a esa jornada marcada por las cenas en familia, en las que se echa tantísimo de menos a los que no están y, a veces, también de más a muchos que sí están presente. De nuevo, al abrigo de belenes y árboles cuajados de adornos y luces, el televisor perderá protagonismo en favor de las conversaciones que, en otro momento, no tienen lugar entre platos y que hacen que el Rey se asome al salón hablando un buen rato, pero sin que le escuche prácticamente. Ya habrá tiempo mañana de que los telediarios nos desmenucen lo que nos haya dicho.

Así, vivimos esa noche única y singular del año, esa que en buena sólo se ve superada por otra que se vive de puertas para fuera, que tiene como nombre de pila Madrugá y de apellido, de Sevilla. Porque, igual que hoy, la ciudad se reencuentra igual con un Hijo de Dios que, entonces, echa a andar por las calles desde San Lorenzo. Que es recibido siguiendo los cánones que marcan ancestrales tradiciones, como en San Antonio Abad, y que, en muchas ocasiones, termina viviendo una improvisada fiesta entre palmas y cantes como a la vera del Jardín del Valle o en la casa grande de Pureza. Atenta a todo, como suele pasar en muchos salones, estará la Macarena, viéndolo todo desde cuadros y estampas, pensando en un Calvario que el Niño que esta noche celebra su cumpleaños vivirá, sin opción nada más, dentro de unos pocos meses, cuando el aire se llene de la mezcla perfecta que forman el incienso y el azahar.

Y es que, aunque parezca enfermizo, cualquier noche y momento en esta ciudad recuerda a la Semana Santa, incluso en aquellas en las que los capirotes y las túnicas están guardados en el armario. Da igual que la decoración no acompañe, ni el frío o que las cosas se vivan, por una vez, de puertas para adentro y no al revés. Porque hoy, ese Niño cuya llegada celebramos por todo lo alto comienza a preludiarnos, aunque sea mínimamente, lo que todavía está por llegar. Aunque, de momento, le dejaremos cuatro meses de tregua hasta que lo veamos de nuevo por las calles más mayor y en unas condiciones en las que, seguro, no le gustaría estar. Pero es lo que tiene el deber, algo que ahora nos obliga a decir eso de: ¡Feliz Navidad!

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