Dos décadas del último palio de la Semana Santa

Ayer, Sevilla vivió inmersa en la conmemoración del XX Aniversario de la inauguración de la Expo 92. Sin embargo, para muchos pasó prácticamente inadvertida otra efeméride digna de mención, que cambió la Semana Santa. Se celebró apenas unas horas antes, el día 19, mientras la ciudad dormía. Sin embargo, no lo hizo justo dos décadas antes, cuando, aún saboreando los últimos retazos de un Santo Entierro Grande espléndido (recuérdalo aquí), la vieja Híspalis conoció a Quien se encargaría a partir de ese momento de poner el broche de oro a sus días grandes.

Porque en aquel 1992 tan especial como diferente, salió por primera vez bajo palio la Virgen de la Aurora, de la hermandad de La Resurrección. Fue entonces cuando muchísimos cofrades conocieron por fin la belleza de la Reina de Santa Marina, de esa jovenzuela bellísima y sin lágrimas ante la que no pocos nos quedábamos embelesados desde que la descubriésemos en la capilla del colegio de La Salle, en la calle San Luis. Y, por qué no decirlo, también en aquella jornada toda Sevilla no pudo cerrar la boca cuando vio ante sí esa magnífica obra que es su palio, el mismo que sigue maravillando años después, ya sea con terciopelo burdeos o combinando con tonos azules.

Desde ese momentos, aprendimos que los días grandes se despiden al modo en el que perdemos de vista casi a cualquier cofradía: con unos candelabros de cola que se pierden en la lejanía. Que no lo hacía ni en la puerta de San Lorenzo, en silencio, ni con marchas de agrupación musical, sino a los sones de Amarguras frente a la ojiva de Santa Marina. Porque, después, llegaron nuevos palios a la nómina oficial, como los de San Pablo, El Carmen Doloroso o El Sol, pero ninguno tendrá el privilegio del de la Aurora, de seguir considerándose por mucho que pase el tiempo como el último de la Semana Santa.