domingo, 1 de abril de 2012

A la Gloria sevillanos

Cayó la última hoja de marzo en el calendario y, con ella, también el último tramo de la espera. Porque, por fin, es Domingo de Ramos. Y eso se nota en la ciudad desde primera hora, con calles abarrotadas y templos en los que no cabe un alfiler. Es día de estrenos y visitas; de salir de casa temprano y volver de madrugada; de pegarse una paliza entre bullas haciendo real eso de que "sarna con gusto no pica"... y es que después de ir restando días tras la peor Semana Santa que recordamos (recuérdalo aquí), el contador ha llegado a cero y toca comenzar a saldar cuentas pendientes.

Así, una vez más, todo será igual pero diferente. Comenzando poco después del mediodía en El Porvenir, cuando un mar de túnicas blancas anunciará que el Señor de la Victoria y la Virgen de la Paz echan a andar rumbo a la Catedral, que la primera ya comienza a devorar metros en busca de la Carrera Oficial. A ella llegarán cuando otra legión de nazarenos níveos, aunque de menor tamaño y encabezados por una cruz de guía salpicada de ruán negro, haya inaugurado oficialmente la Campana, sirviendo de preludio a La Borriquita.

Y a la misma hora en la que la rampa del Salvador comience a crujir, los milagros se multiplicarán por la ciudad. Unos tendrán lugar en Molviedro, donde el misterio de Jesús Despojado y, sobre todo, el palio de la Virgen de Dolores y Misericordia, desafiarán las leyes de la física para traspasar sin problemas el dintel de su capilla. Otros, vendrán impregnados de sabor a barrio y llegados desde San Julián, en la que el Señor de la Buena Muerte y la Virgen de la Hiniesta volverán a demostrar que no hay ojiva que pueda con las buenas cuadrillas de costaleros.

Poco después, en Los Terceros, la misa cambiará el templo por la calle, contando para ello con el mejor predicador posible: el Señor de la Cena. Tras Él, todo el recogimiento que desprende el gran desconocido de la jornada, el Cristo de la Humildad y Paciencia. Y como colofón, el clasicismo del palio de la Virgen del Subterráneo, ese que será el primero que volverá a mostrarnos a su paso por la Encarnación cómo lo de siempre y lo nuevo saben darse a la perfección la mano.

Pero hoy también tendrá aires de Triana, el que desprenden los cambios de la cuadrilla del Señor de las Penas y el vaivén de las bambalinas entre las que se enmarca la Virgen de la Estrella. Ambos vendrán a la conquista de Sevilla, cruzando el puente, mientras la Ronda se llena de túnicas blancas de capa y antifaces de terciopelo morados y verdes, los que acompañan al Señor de las Penas y la Virgen de Gracia y Esperanza. Todos en busca del mismo punto, del corazón de la vieja Híspalis.

Una ciudad que guardará silencio a pesar de que la música suene en San Juan de la Palma. Porque sabe que también hay que hacerlo cuando delante pasa el ruán blanco precediendo al Desprecio de Herodes y para que nadie perturbe la conversación que desde hace siglos comparten la Virgen de la Amargura con San Juan. Pero también es obligatorio que tan sólo las saetas, el rachear de los costaleros y el trino de los vencejos osen romper la quietud que rodea al Señor del Amor, mientras a lo lejos, casi de manera imperceptible, resuenan los ecos de las marchas clásicas que sirven de banda sonora a la Virgen del Socorro.

Y así, entre contrastes e ilusiones, iremos desvelando a qué sabe este Domingo de Ramos, ese que a base de repetirse cada año resulta igualmente diferente. El que se ha hecho esperar muchísimo más de lo esperado, el que más que estar marcado a rojo debería estarlo en morado en el calendario, en el que cada uno vive su particular cita con la memoria con el recuerdo de las Vísperas aún en los labios... porque hoy no es una jornada más. Es la que da sentido a Sevilla, la que confirma que la primavera ya ha estallado, la que, afortunadamente, desde ya estamos disfrutando. Por eso, y como decía Carlos Herrera en su Pregón, sólo queda decir "a la Gloria sevillanos, a la Gloria"...

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