viernes, 6 de abril de 2012

La noche que llevábamos tiempo soñando

Sevilla no sería nada sin su sol, pero, en noches como la de hoy, tampoco sin su luna. Basta recordar que hace un año, cuando la lluvia nos dejó por primera vez sin Madrugá desde 1933, la ciudad no sabía a qué lugar dirigir sus pasos, sino que caminaba perdida, en busca de unos nazarenos que, desgraciadamente, no iba a poder encontrar. Por eso, este año nadie va a dejar de disfrutar de la noche más mágica de cuantas puede disfrutar la vieja Híspalis, esa que comienza cuando aún quedan por las calles lamentos de Jueves Santo y que nos llevará de la mano hasta que llegue ese segundo día de mantillas en la tarde del Viernes Santo.

Y, como siempre, todo comenzará poco después de la medianoche, junto al Arco. Allí, se desbordará la Esperanza, tan necesaria en nuestros días, poco después de que una Sentencia se dicte teniendo a Roma como principal testigo y dispuesta para ayudar a ese Señor que pese a ser judío tiene mando en plaza. Es el modo en el que el viejo arrabal de San Gil reescribe la historia a su manera, entre vellos de punta y nudos en la garganta que sólo dejan pasar una palabra: Macarena.

Menos, ninguna, se escapará de San Antonio Abad, desde donde emprenderá su camino hacia la Catedral la 'Madre y Maestra', la que no necesita más acompañamiento sonoro que el de una capilla musical y las saetas, esa en la que el Señor abraza la Cruz ganándose a pulso el nombre de Nazareno, en la que la Virgen de la Concepción pasea en un trono de plata de inspiración veneciana pero que huele a Sevilla en cada una de sus jarras... esa hermandad, en definitiva, que pese a tener de todo para describirla, la ciudad la conoce como El Silencio.

Mientras, en San Lorenzo, Dios echará a andar de nuevo. Lo hará alargando la zancada, ganando metros a cada paso y con toda la decisión del mundo a pesar de llevar en su hombro la más pesada de las cargas. Porque radica ese Gran Poder que le da nombre, el mismo que demuestra atendiendo las plegarias de todos y cada uno de los devotos que lo visitan en su basílica a diario. Él, que todo lo puede, seguro que algo hace para ayudarlos. Quizás sea eso lo que desde hace años intenta explicarle sin palabras San Juan a su Madre, la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, entre las bambalinas de su palio.

Por su parte, el tiempo se detendrá en la Magdalena, ante ese paso que parece estar congelado, por el que no se nota que han pasado los años. Ni siquiera los 400 que jalonan la vida de su titular, el Cristo del Calvario (recuérdalo aquí), que volverá a acaparar flashes como siempre, haciendo de puente entre las dos Esperanzas que dividen a Sevilla en una noche como esta y antecediendo a una Virgen de la Presentación que irá escuchando durante casi todo su recorrido los sones con los que camina Triana.

Porque la orilla más marinera de la ciudad irá tras Ella a la conquista de la Campana, entre un mar de terciopelo morado entre en el que se abre paso entre 'izquierdazos' el Señor de las Tres Caídas, mientras se hacen oración el sonido de las cornetas y los tambores de su banda. En lontananza, desde su camarote de bambalinas, flores y velas rizadas, controlará cuanto ocurre la Virgen de la Esperanza, esa que es Reina de una calle Pureza que contará las horas para poder verla de vuelta y rendirse a sus plantas.

Y cuando el alba comience a despuntar, en ese momento en el que los cuerpos se 'cortan', la Catedral se llenará de la devoción según la entienden Los Gitanos, en torno a ese Cristo de la Salud moreno y al que todos llaman 'Manué', que avanza despacito y jamás se cansa. Pero también al lado de una Virgen de las Angustias por la que hasta el sol madrugará para ir a buscarla. Porque esta noche, nadie duerme, que ya va tiempo para ello. Que hoy, tras esperar demasiado, Sevilla vuelve a vivir su noche mágica y ante eso sólo se puede hacer una cosa: disfrutarla.

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