martes, 26 de marzo de 2013

A la tercera va la vencida

Sevilla echa de menos al Martes Santo. La lluvia le ha privado de él durante los dos últimos años y eso se nota en su ánimo. Por eso, esta jornada sólo trae consigo un deseo: recuperarlo. Para ello, nos encomendamos al cielo, esperando que no quiera sacarse de nuevo papeleta de sitio entre nosotros y permita regresar a la normalidad, esa que arranca bien temprano, casi a la hora del desayuno, en El Cerro. Allí, antes del mediodía, deben echar a andar rumbo al corazón de la ciudad el Señor del Desamparo y Abandono y su Madre de los Dolores, acompañados por todo su barrio, que no dudarían en ir junto a Ellos hasta el fin del mundo y, muchísimo menos, a una Catedral que, más pronto que tarde, pisará también el Nazareno de la Humildad.

Y dentro de ese retorno a lo de siempre también milagros, como el que se producirá en la ojiva dentada de San Esteban, a la que desafiarán sin reparo el Señor de la Salud y Buen Viaje y la Virgen de los Desamparados, teniendo como medio para ello el cariño y la fuerza de sus costaleros, guiados por una saga de los Ariza que continúa un año más ejerciendo su magisterio ante el martillo. De similares características será también el que tendrá lugar en Omnium Sanctorum, que acallará la algarabía de la calle Feria al paso del Señor de las Almas, mostrando después que la música no está para nada reñida con el recogimiento que destila la Virgen de Gracia y Amparo.

Mientras, La Calzá saciará sus ganas de volver a Presentar a Sevilla al Hijo de Dios, teniendo a Pilatos de maestro de ceremonias. Tras Él irá el Señor de la Sangre, ese que sintetiza mejor que nadie clavado en una cruz el misterio de la Encarnación que su Madre enmarca bajo palio, recordando su pasado como Palomita de Triana ahora que es Reina y Señora de la calle Oriente. Y casi a la par, Los Estudiantes nos volverán a dar una lección sin necesidad de apuntes, la que cada año por estas fechas nos ofrece el Cristo de la Buena Muerte, capaz de quitar dramatismo a un final que, después de todo, sólo es el principio; pero también con un paso de la Virgen de la Angustia que bien merecería ser analizado con detenimiento en cualquier libro de historia del arte.

Al poco, la zona de la Alfalfa se llenará de luz, la que desprende la Virgen de la Candelaria, reflejada en las túnicas blancas de sus nazarenos y en los respiraderos de ese trono sobre el que se eleva una de las tallas más antiguas de la ciudad, el Cristo de la Salud. De igual modo, San Lorenzo se convertirá en el palacio de Anás, asistiendo a cómo Castillo Lastrucci imaginó para nosotros el momento en el que Malco golpea a Jesús dándole nombre a La Bofetá, esa por la que llora, pese al consuelo de San Juan, la Virgen del Dulce Nombre.

Finalmente, Mateos Gago se teñirá de ruán negro y clasicismo, el del 'Stabat Mater' del Señor de las Misericordias y la Virgen de la Antigua sobre esa canastilla realizada a modo de museo, pero también el de ese palio de crestería que enmarca a la Virgen de los Dolores. Ella, como nosotros, también elevará su mirada al cielo, dando gracias por permitirnos recuperar este Martes Santo que cada milímetro de la ciudad echaba tantísimo de menos. Ojalá haya vuelto para quedarse para siempre y no desaparecer jamás.

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