miércoles, 27 de marzo de 2013

Un pacto con San Pedro

En los dos últimos años, en los que la lluvia ha acaparado más protagonismo que las propias cofradías, ha habido un día que siempre se ha salvado, el Miércoles Santo. Hay quien alude a que su situación, en mitad de los días grandes, le favorece para evitar los cambios de tiempo, aunque hay quien va más allá y habla de un trato de favor por parte de uno de los 'jefes' de arriba, San Pedro. No en vano, es el día en el que sale su cofradía y es probable que no quiera perdérsela en la calle, que se llena de los aires castellanos del Cristo de Burgos y el recogimiento de su Madre de la Palma, quien, quizás, vaya mirando al cielo siempre no sólo para que allí escuchen nuestras plegarias, sino también para dar gracias porque el cielo no se derrame sobre nuestras cabezas.

Y este pacto no sólo se reduce al corazón de la ciudad, sino que extiende su área de influencia más allá, hasta Nervión por ejemplo. Allí, pese a que haya un Señor que estira su cuello en busca del líquido elemento y que exclama a voz en grito que tiene Sed, no se ve más agua que la que evocan los ojos de la Virgen de la Consolación. Lo mismo ocurre en San Bernardo, donde entre eternas filas de nazarenos se resucita todo el sentir de uno de los barrios más señeros de la ciudad, el mismo que no duda en acompañar donde sea a su Cristo de la Salud, que cumple 75 años entre ellos, y a esa Virgen que ejerce como Refugio de todos.

Mientras, en Omnium Sanctorum habrá hasta aires marineros. Los de una Virgen del Carmen que se hace Dolorosa para pasear por Sevilla y que, desde la distancia, ve cómo a su Hijo de la Paz ese San Pedro que dispersa normalmente las nubes en esta jornada lo niega hasta tres veces. Como agua también sale del costado del Señor de la Lanzada, ese que avanza desde San Martín presidiendo su espectacular barco, el que desafía a la física en cada estrechez y que sirve de preludio a ese Buen Fin que tiene cara de mujer y destila belleza bajo palio.

Por su parte, el arrabal de San Lorenzo se convertirá en franciscano por obra y gracia del Señor del Buen Fin y también de la Virgen de la Palma, que paseará una vez más paseará enmarcada por ese firmamento que son las bambalinas azules de su paso. Del mismo color se teñirá el Arenal por culpa de los hermanos de El Baratillo, sirviendo de paño de lágrimas para una Virgen de la Piedad que no puede reprimir el llanto al sostener en el regazo el cuerpo sin vida de su Hijo de la Misericordia, pero también de una Virgen de la Caridad que únicamente estará sola en su advocación.

De igual modo, San Vicente se llenará de ambiente decimonónico, el de la elevada cruz del Señor de las Siete Palabras, que no sólo mira a sus pies a la Virgen de los Remedios y a su propio misterio, sino también, y de reojo, al Nazareno de la Misericordia presidiendo su espectacular paso de plata y, si puede volver un poco la vista, a la Virgen de la Cabeza, que lo sigue desde la lejanía. Finalmente, Orfila se llenará de Panaderos con túnica y capirote que convertirán a Sevilla en el Huerto de los Olivos junto al Señor del Soberano Poder en su Prendimiento, pero que iluminarán la noche con la candelería en aspa de la Virgen de Regla, que cuando vuelva a su capilla nos hará caer en la cuenta de ese pacto que el Miércoles Santo tiene con el tiempo, aunque quizás no sea realmente con él, sino con San Pedro.

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