viernes, 29 de marzo de 2013

Y Sevilla te llama Madrugá

Sevilla se prepara para su gran noche de vigilia, para esa en la que ni la luna quiere perderse detalle de la magia que se derramará por las calles a partir de la medianoche, cuando crucemos la frontera que nos lleva al Viernes Santo, aunque queden retazos del Jueves aún de vuelta a sus templos. Porque no hay sueño, ni ganas de marcharse a la cama con lo que nos espera desde que junto al Arco se abra la veda. Será con largas filas de capirotes de terciopelo morado precediendo al Señor de la Sentencia, que volverá a evangelizar de costero a costero delante de las corazas y plumas de esa Centuria que, a buen seguro, hubiese cambiado la historia si hubiese estado presente hace casi dos milenios. Después, un eterno reguero de 'Verde Esperanza' que nos llevará hasta la Señora de San Gil, la Madre de Dios, esa a la que por estas latitudes todo el mundo conoce como Macarena.

Poco después, una saeta romperá el Silencio en San Antonio Abad, saludando a la cruz de guía de la Madre y Maestra, de esa cofradía digna de ver desde el principio hasta el final. Una auténtica puesta de escena que recorrerá las principales arterias del centro, cuidando cada detalle para agasajar como merece ese Nazareno que no carga con nuestros pecados, sino que los abraza. Él no va con la cruz al revés, son los demás. Y como broche de oro al cortejo, ese palio de plata de aires venecianos que enmarca a la Virgen de la Concepción, esa a la que sólo se atreve a susurrarle San Juan y por la que estarían dispuestos a dar sus hermanos hasta la última gota de su sangre.

Para entonces, Dios ya estará caminando a su anchas desde San Lorenzo, con la zancada larga y firme, buscando la Catedral sin que se escuche nada más que el rachear de sus costaleros, alguna que otra oración que se convierte en saeta y el latir de los corazones de quienes se rinden a sus plantas al verlo pasar. Porque el Gran Poder no necesita más banda sonora que esa cada noche de Viernes Santo, en la que todas las miradas y los flashes apunta hacia Él, olvidando quizás en el camino a su Madre, la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, que, en cualquier caso, lo acoge de buen grado, ateniéndose a las normas no escritas de la ciudad.

Las mismas que cambian cuando se cruza el puente para llegar a Triana, tiñéndose de verde para honrar a su Reina y Capitana, la misma que invadirá la otra orilla salvando a quien la mire con el salvavidas que lleva en sus manos, entre flores que, pese a su belleza, no podrán jamás competir con la de su rostro moreno, la que luce a su barrio como apellido y responde al nombre de Esperanza. Esa a la que, como a nosotros, se le escapará algún que otro ole cuando vea andar a su Hijo de las Tres Caídas, entre cambios e izquierdazos, en plena comunión con su banda y exhibiendo cómo andan los pasos en la orilla más marinera de la vieja Híspalis.

Esa algarabía contrastará con la solemnidad y el recogimiento que llegará desde la Magdalena, provocado por un Crucificado del Calvario al que, aunque pasen los años, nadie es capaz de quitarle el título honorífico de ser el que preside el paso más fotogénico de la Semana Santa. Tras Él, y sólo alumbrada por la luz de su candelería, irá la Virgen de la Presentación, discreta pese a su innegable belleza, esa que ejerce un innegable magnetismo para todo aquel que la descubre, quizás como medio para compensar ese ostracismo al que, inconscientemente, Sevilla la envió hace demasiado tiempo.

Y junto a los Jardines del Valle, aromas de canela y clavo. El de las filas nazarenas de Los Gitanos, una corporación que enamora a partes iguales a payos y calés, quienes quedan enamorados de las eternas chicotás del Señor de la Salud, a quien no le pesan ni las horas, ni los metros, ni su cruz, pero también de la elegancia hecha paso de palio de su Madre de las Angustias, esa que llegará a la Carrera Oficial cuando el sol comience a despuntar y firme una tregua con la luna para extender la magia de esta noche única y diferente a todas las demás, en la que nadie duerme en Sevilla, en la que la vigilia es obligatoria; ese momento a caballo entre dos días y que Sevilla llama Madrugá.

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