miércoles, 8 de mayo de 2013

Una década de la santa más sevillana

El tiempo vuela. Y, a veces, a una velocidad tan grande que no somos capaces de darnos cuenta. Sólo parándonos un momento, tomando como referencia un hecho y analizándolo desde la distancia podemos ser capaces de cómo ha pasado ante nuestros ojos, tomando conciencia de lo fugaz que resulta. Por eso hoy, 8 de mayo de 2013, debemos echar la vista atrás fijándonos en Santa Ángela, cayendo en la cuenta de que hace justo una década fue llevada a la Catedral, donde, tras pasearse por Sevilla en loor de multitudes, celebró su ascenso a los altares con la condición que la capital hispalense le daba desde hace siempre pero que el Vaticano tardó algo más en darle, la de Santa.

De hecho, fue Juan Pablo II quien la nombró así apenas unos días antes, el 2 de mayo. Culminaba así un proceso que dio sus primeros pasos allá por noviembre de 1982, cuando el mismo Sumo Pontífice, aunque no en Roma sino aquí mismo, la nombró Beata. Pese a ello, la capital andaluza siempre le ha tenido un cariño y una devoción tremenda, comparable a la que se le profesa a Gran Poder, Macarena o Virgen de los Reyes. Nunca necesitó de altares ni culto para acudir a ella cada vez que necesitaba que alguien le echase una manita y pronto supo hacerse un sitio en las carteras y las casas de todos. 

Por eso, en las calles no cabía un alfiler en su traslado a la Catedral, como tampoco al de vuelta a su convento, el 11 de mayo. Sevilla estaba deseando verla donde se merecía y, para qué negarlo, también sentía la obligación de acompañarla y darle las gracias por todos los cables que ha echado. Porque no sólo esa niña a la que devolvió la vista haciendo el milagro que le hizo ganarse su aureola ha sentido su ayuda. Y si no, que se lo digan a quienes no faltan en la cola a las puertas de la que fue su casa a la vera de San Pedro durante tantos años cada vez que se puede visitar su cuarto. Porque ella, con independencia de lo que pensase el Vaticano, siempre fue Santa para Sevilla, aunque no ascendiese a los altares hasta hace diez años, cuando hizo aún más irrepetible aquel inicio de mayo.

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