jueves, 21 de octubre de 2010

El arte de aprender a rezar cantando

Hace más de un mes desde que las aulas de los colegios e institutos volvieron a llenarse de alumnos en busca, en mayor o menor medida, de conocimiento. Del mismo modo, la vuelta a la normalidad también se extendió a bandas y colectivos musicales vinculados a las cofradías, que regresaron a sus ensayos. Incluso, las propias hermandades han inaugurados sus cursos religiosos durante las últimas fechas, insertándose dentro de la misma dinámica. En este sentido, ahora le toca el turno a la apertura del año educativo en una parcela un tanto desconocido de nuestra Semana Santa, pero que lleva años existiendo: las escuelas de saetas.

No en vano, la decana de ellas, la de Marchena, cumple este año sus bodas de plata y en Sevilla capital, la que organiza La Cena, abrirá sus puertas de nuevo el próximo día 30. A través de este tipo de iniciativas, se intenta mejorar la calidad artística de los intérpretes, a fin de que su oración cantada resulte tan sentida como bella, algo que, para muchos, y como no puede ser menos en esta ciudad, es motivo de polémica. Sobre todo, porque habrá quienes digan que es imposible que ago que tiene que ver tanto con lo emocional como el acto de cantar una saeta se pueda enseñar. Pero tampoco es menos cierto que, como todo, los contratos y el mercantilismo han hecho mella en este estilo y su forma de ponerle en práctica, por lo que, cuanto menos, sería necesario aumentar su calidad.

Sea como fuere, dentro de poco más de una semana comenzará un nuevo curso en este tipo de escuelas en los que la mejor libreta es la garganta y los exámenes no se dejan para junio, sino para Semana Santa. Así pues, estamos a las puertas del inicio de un nuevo OT cofrade del que ojalá salgan nuevas voces que pongan desde determinados balcones sonidos de siempre al paso de las cofradías. De este modo, la modernidad y la tradición volverán, una vez más, a darse la mano, dejando que a su vez el tiempo pase, esperando que dentro de unos años miremos atrás y no lo veamos ni todo tan bueno, ni tan malo.

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