miércoles, 20 de julio de 2011

Recuerdos para no recuperar

En estos días se conmemoran 75 años de la jornada más complicada de la historia reciente de España y la más dura de las cofradías de Sevilla. Fue durante la madrugada del 18 al 19 de julio de 1936, cuando justo tras el alzamiento protagonizado por Franco y secundado en la capital hispalense por Queipo de Llano. A partir de entonces, las milicias republicanas respondieron con un ataque sistemático contra la práctica totalidad de los templos de la ciudad, quemándolos casi todos y acabando con gran cantidad de los titulares de muchísimas corporaciones. Así, el sentimiento anticlerical que se había ido alimentando durante la II República alcanzó su cénit, llevándose a su paso tallas como las de Los Gitanos, de Montes de Oca, o las recién estrenadas de La Hiniesta de Castillo Lastrucci.

A partir de ahí, muchos fieles salvaron a imágenes como las de la Amargura o La Macarena, escondiéndolas en sus casas o otros sitios. Todo con tal de que la barbarie, ésa que dejó tantísimos cadáveres y mutilados a su paso, no borarra de un plumazo siglos de devoción que ya tenían cara y rasgos determinados para los sevillanos. De este modo, tuvieron lugar bellísimas historias que conocimos tiempo después y que ahora ya forman parte indivisible de los mitos de nuestra Semana Santa. Detalles que dieron lugar a la creación de héroes anónimos y permitieron, en cierto modo, que nuestra fiesta más grande de la capital de Andalucía sea como es.

Ahora, tres cuartos de siglo después de aquella noche negra, que acabó con un amanecer en el que el humo brotaba a borbotones por todos sitios enmarcarando el sol, hay quienes no pasan por alto la oportunidad de recordar lo que sucedió, aunque, a veces, cometiendo el error de desgajarlo de un contexto en el que, quieran o no, estos hechos sólo tienen un carácter muy secundario. ¿Acaso pesan menos que los muertos causados por ambos bandos? Y si nos fijamos en esto, ¿por qué no en el ataque al bar Casa Cornelio, donde años después se ubicó la basílica de La Macarena?

La historia no es más que la memoria que no desaprovecha la ocasión para visitarnos de nuevo y hacernos aprender. Y en esa dinámica, los sucesos de aquella noche deben invitarnos a reflexionar sobre hasta dónde puede llegar la sinrazón humana y, sobre todo, qué debemos evitar que vuelva a ocurrir. Pero, mal que nos pese, esos sucesos fueron un mal menor en comparación con el resto, puesto que todos los templos y hermandades volvieron a florecer con el tiempo, pero quienes cayeron por defender sus ideales, ya fuesen unos u otros, no tuvieron esa oportunidad. Ésa, y no cualquier otra, ni siquiera de tantísima importancia artística, religiosa y emocional como la de aquella madrugada, es la gran tragedia de aquel conflicto que nunca debió empezar y tardó tanto en terminar.

Por eso, en tiempos en los que se hace tanta gala de la memoria histórica, tan necesaria como difícil de administrar en su justa medida, hacer alusiones a parcelas concretas de aquel periodo, obviando el resto, no es sino volver a echar leña a un fuego que, pese a los años, sigue ardiendo al más mínimo roce de la brisa. Porque las heridas siguen abiertas y lo harán mientras no se tenga una visión de conjunto, de lo sufrido y perpetrado por cada bando. Y es que en una guerra entre hermanos sobran verdugos y brillan por su ausencia los inocentes, por lo que, 75 años después, querer culpar al otro de lo que hizo, pasando por alto lo que recibió de nuestra parte, no es más que seguir queriendo distinguir entre dos Españas que todos deseamos que, de una vez por todas, se reencuentren.

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