miércoles, 5 de mayo de 2010

26 años de cofradías

5 de mayo de 1984, Sábado de Feria para más señas. Hacia las 3.30 horas, en el Virgen del Rocío de Sevilla, rompe a llorar por primera vez un recién nacido. Nace en el seno de una familia que no está vinculada a ninguna cofradía, pero en la que la Semana Santa siempre gustó más que la Feria. Quizás por ello, durante sus primeros años el niño pasa horas y horas jugando con estampitas, ya sea 'alicatando' con ellas el patio de la casa o reproduciendo con ellas los recorridos de las hermandades hasta la Catedral que incluso retransmitía a su manera. Son años en los que la cercanía de su casa con la basílica de La Macarena hace que se quede embelesado ante los sones de la Centuria o que no pueda pasar frente a la puerta del templo sin querer rendir visita a la Señora de Sevilla.

Sin embargo, a pesar del cariño que le procesa a la Semana Mayor, el niño no puede disfrutarla en su plenitud por el trabajo de sus padres, que regentan un bar en la zona del Pumarejo. Así, los días grandes quedan reducidos para él a lo que sus familiares maternos pueden enseñarle del Domingo de Ramos, un ratito el Martes Santo con sus padres viendo San Benito y, si había tiempo, Los Javieres y San Esteban, la salida de La Macarena desde el balcón de sus abuelos paternos en la Resolana y El Cachorro en la tarde del Viernes Santo.

Quizás por ello, crece como un cofrade atípico, lejos del estereotipo clásico, sin corretear nunca por la rampa de El Salvador o vestir una túnica de nazareno (pudo hacerlo en San Benito, pero, finalmente, los padres no se pusieron de acuerdo). De hecho, sus primeros recuerdos cofrades tienen que ver con los preparativos de la noche del Sábado de Pasión en el bar, rellenando la cámara de bebidas y haciendo los carteles que anuncian las tapas; o con la mañana del Domingo de Ramos, con un establecimiento lleno en el que, perdido sobre una mesa, aparecía el ABC con aquellas portadas con imágenes pintadas.

Con el paso de los años, el niño forma su propio criterio. Así, un espectacular sólo de corneta, el de la marcha Silencio Blanco, hace que, justo cuando llega a tener uso de razón, se replantee sus gustos musicales, acercándose para siempre a la otra orilla del río y quedando encandilado con los sones de Tres Caídas. Más tarde ocurriría lo mismo con la forma de andar del misterio de la Esperanza de Triana, aunque en ello pesó también, y mucho, el cariño que le procesaba a su tía, de la que tuvo que despedirse para siempre en la Cuaresma de 1998.

Por entonces, la Semana Santa ya era más larga para un niño que ya era adolescente. Así, llegaron los primeros Viernes de Dolores alrededor de los nazarenos de El Carmen Doloroso, los Domingos de Ramos vividos desde primera hora de la tarde con los compañeros de clase y el descubrimiento, poco a poco, del resto de días grandes, primero desde la esquina de Almirante Apodaca con Santa Catalina, después en el Duque y más tarde por todo el centro. Son años en los que la hora de recogida la marca el anochecer y en la que en muchas ocasiones el retorno a casa se hace corriendo, para evitar no poder salir en la jornada siguiente. Aún así, poco a poco los horarios se van haciendo más flexibles, marcados más por la entrada de la última que por la aparición de la luna en el cielo.

En esta dinámica, el chaval vive con el estreno del nuevo milenio su primera Madrugá más allá de la calle Resolana. La lástima es que en aquella noche, como es de todos sabido, sobró miedo y faltó magia. No sería el único punto negro de la Semana Santa en su curriculum vital. En 2001, un ataque de asma, enfermedad que no sabía que padecía, le obliga a volver a casa cuando el reloj apenas marcaba las 18.00 horas. En 2002, el Lunes Santo queda marcado por un traslado al sepulcro que no es el del misterio de Santa Marta, sino el que ocurre tras el fallecimiento de su abuelo materno. Ese mismo año se estrena en el bar de su padre tanto el Domingo de Ramos como el Viernes Santo por la mañana, quedando desde entonces sus posibilidades de ver cofradías notablemente reducidas en dichas jornadas. Y en 2007, justo a la hora nona del Jueves Santo, se rasgaba la cortina del templo, sino la de su alma al quedarse sin su abuela materna.

A pesar de ello, nada cambia su cariño por la Semana Santa, que crece cada año. Ahora ya la vive como hermano de San Benito, corporación a la que pertenece desde 2001, sacándose esa 'vieja espina' que había seguido escociéndole cada Martes Santo. Es el típico que no para cada día del año de visitar los medios cofrades para ver qué ocurre en el mundillo, que guarda bajo llave todo un arsenal de libros sobre esta fiestas, así como también de vídeos y DVDs plagados de chicotás inolvidables, que a cada momento silba marchas a pesar de que lo inviten a callarse, que se define como cofrade, no como capillita, que no es capaz de imaginarse a esta bendita ciudad sin cofradías por sus calles... en definitiva, hoy hace 26 años de que llegó al mundo aquel niño que en sus horas de juego empapelaba de estampitas la escalera de su casa, tal y como hace ahora cada día, casi dos décadas después, en este blog.


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